El siglo XVII se lo denomina como “Siglo de oro”: las manifestaciones artísticas del barroco hispano fueron excepcionales, sin embargo, tras esa denominación se escondía una realidad económica y social muy dispar.

La España de este siglo, era un país condicionado por las ideas contrarreformistas y cerrado al exterior. Era todavía, el país de la Pragmática Sanción de Felipe II, disposición real promulgada en 1599 que prohibía a los españoles a estudiar en el extranjero.

La primera consecuencia de este aislamiento, en el terreno del arte, fue el retraso en la introducción de los presupuestos barrocos.

Durante el siglo anterior, el esplendor de los refinados de los Reyes Católicos, de Carlos I y Felipe II había propiciado un singular florecimiento económico, político y artístico.

En el nuevo siglo, la mala gestión política y económica de los monarcas españoles y de sus validos llevó al estado a la ruina. La inestabilidad del país, la depreciación de la moneda y las deudas para solventar los gastos en las guerras exteriores desembocaron en una realidad social muy diferentes y un empobrecimiento general que repercutió en la actividad artística, especialmente en la arquitectura, que sufrió un brusco freno constructivo.

CARACTERÍSTICAS DE LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA

La pintura barroca de los artistas españoles ofrece algunas notas relevantes más por su contenido y su reflejo social que por sus perfiles formales propiamente dichos.

a. Notoria ausencia de rasgos que fueron habituales del Renacimiento italiano: lo heroico, los tamaños superiores al natural. Predomina cierta intimidad y un sabor de humanidad poco o nada teatral. Se prefiere un equilibrado naturalismo y se opta por la composición sencilla.

b. Predominio de la temática religiosa, especialmente ascética o mística. La expresión del sentimiento religioso se ve ayudada por elementos como el éxtasis, la mirada dirigida al cielo, el movimiento de la composición. A Velázquez se debe la incorporación del paisaje y la fábula pagana. Más frecuente es el retrato o el tema mitológico. Los bodegones constituyen también, como en Zurbarán, un género característico.

c. Ausencia de sensualidad, por obra de una implacable vigilancia, las obras que demuestran una naturaleza más exaltada testimonian una notable influencia rubeniana como en el caso de Velázquez.

d. Tenebrismo, expresa muy bien esos valores.

PINTURA BARROCA ESPAÑOLA

La pintura española es muy importante por su originalidad.

Distingue a la pintura española el equilibrado naturalismo. El pintor se acerca a lo humilde de manera filosófica, prescindiendo de su posición social.

Lo imaginativo y fabuloso, la mitología, apenas aparece en la pintura española. Esto hace que la obra tenga una composición sencilla. Se gusta el movimiento violento e impetuoso; no se entiende la interpretación heroica de los temas religiosos.

En una España católica y monárquica, con la Contrarreforma como fondo, la pintura es esencialmente religiosa, y en menor grado retrato. De los restantes géneros, sólo el bodegón crea un tipo diferente al de otras escuelas.

El cliente máximo de pintura es la Iglesia a través, sobre todo, de las Órdenes y Congregaciones religiosas. Caso aparte es la Corte, donde la monarquía es la que absorbe gran parte del trabajo.

La técnica pictórica preferida es el óleo sobre lienzo.

España es uno de los Países donde más hondamente arraiga el tenebrismo. La influencia de Caravaggio es patente, pues sus obras son pronto conocidas en España.

 VALENCIA

Francisco Ribalta (1565-1628) desempeña un papel importante en la fase inicial. Formado en la Corte, viaja a Italia, donde posiblemente recibe la influencia de Caravaggio. En La Cena, del Colegio Corpus Christi, de Valencia, los apóstoles están agrupados en torno a una mesa circular. Los rasgos son muy expresivos y está estudiada la sicología de los personajes. Los apóstoles del primer término tienen las plantas de los pies vueltas hacia el espectador, un elemento claramente caravaggesco. Pero donde se ve un paso más avanzado en la evolución de su estilo es en El éxtasis de San Francisco y en el Abrazo de Cristo a San Bernardo: en ambos la paleta de colores se simplifica y la luz toma una entonación dorada. La sensación de plasticidad es admirable. Pero es aún más de admirar la significación religiosa, llena de virilidad. La postura de ambas figuras es natural. San Bernardo abraza a Cristo con sinceridad, sin teatralidad. Una clara línea diagonal nos indica que estamos en una composición típicamente barroca. La fuerza del dibujo, la sólida anatomía del cuerpo de Cristo, los espléndidos pliegues del hábito, la luz lateral, son frutos de la madurez artística. En ambos cuadros el tenebrismo es un expediente para concentrar la atención en las profundidades de los sentimientos.

José de Ribera, Spagnoletto, (1591-1652) marcha tempranamente a Italia, donde permanece toda su vida. Pinta en Nápoles, por entonces posesión española; los caracteres de su pintura son los propios hispanos; su clientela es fundamentalmente española.

Es un referente del tenebrismo. Sus luces y sombras son diferentes a las de Caravaggio. Ribera hace las superficies ásperas, pastosas. La pincelada es segura y espesa, con un perfectísimo dibujo. La pintura religiosa domina en su temática. Representa martirios y escenas violentas, pero siempre dentro de una moderación, de un naturalismo. Por eso no repara en lo degenerado ni en las imperfecciones físicas del modelo. Pobres y mendigos aparecen en sus cuadros, como en El patizambo.

De su primer momento tenemos a Arquímedes, que no es el sabio de la antigüedad, sino un mendigo optimista, buscado entre lo más bajo de la sociedad.

Es un buen pintor de desnudos, como en El martirio de San Felipe. En este último, la grandeza de la composición prima sobre la crueldad del tema. El momento elegido es cuando intentan elevar al santo, atadas sus manos al madero, para desollarlo.

ANDALUCÍA

Francisco de Zurbarán (1598-1664) es pintor de la misma generación que Velázquez.

Nacido en Badajoz, habitualmente se lo inscribe dentro de la escuela andaluza junto a Alonso, Cano, Murillo y Valdés Leal. Zurbarán se educó en Sevilla. Fue conocido de Pacheco y de Velázquez.

Pintor especialmente religioso, la mayor parte de sus obras fueron encargadas por órdenes religiosas, aunque realizó algunas obras mitológicas como Los trabajos de Hércules para el Palacio del Buen Retiro.

Pocas veces emplea el paisaje para escenario de sus lienzos. Por lo común la escena aparece en un ambiente cerrado, acotado por paredes que saben a papel. Su inspiración en la escenografía teatral resulta evidente; de ahí deriva la falta de profundidad de sus cuadros. La arquitectura no tiene el menor poder ilusionista.

Las figuras se disponen en filas paralelas a la superficie del lienzo. En cambio, la atención es total a rostros y manos, que adquieren un enorme poder expresivo. Tiene su pintura un aire serio, melancólico; sin pompa. Zurbarán se mantiene toda su vida dentro del tenebrismo. Sus luces, sin embargo, son claras y transparentes.

Es admirable pintor de telas blancas, de rasos, de gruesos terciopelos rojos y ricos bordados. El interés naturalista le lleva a pintar los libros, las piezas de orfebrería o cerámica, las flores, las frutas, con el mismo entusiasmo que las manos o rostros.

Sus lienzos nos ilustran mejor que nada acerca de los ideales de la Contrarreforma y del intenso fervor de las órdenes religiosas. Zurbarán es sobre todo el pintor de frailes. Tiene diversas series monacales, de gran tamaño, uno de los grandes empeños de la pintura barroca española.

Tal vez por medio de Velázquez, su amigo, fue llamado a la Corte. Sale de su habitual temática para ofrecernos batallas y mitologías. Eran obras destinadas al Salón de los Reinos del Palacio del Buen Retiro. En el Socorro de Cádiz vemos un cuadro desigual, pues la poca habilidad compositiva de la batalla naval al fondo (un telón) se compensa con los buenos retratos del primer término. En Los trabajos de Hércules no se muestra muy afortunado. Sólo destaca el fuerte modelado del cuerpo de Hércules. La inclusión de estos diez lienzos en el programa iconográfico del Salón de Reinos tendía a glorificar la monarquía de los Habsburgos, representados por Felipe IV, como heredero del mítico Hércules. A través de Hércules se representaba a Felipe IV como un rey virtuoso y bondadoso, pero también vencedor de las discordias y como el que unía en su persona los distintos reinos representados en el Salón.

A partir de 1639 la situación económica del pintor se complica y se ve obligado a hacer cuadros para América. Además irrumpe con fuerza la figura de Murillo que le hace competencia, por lo cual deberá realizar un importante giro en su manera de pintar.

Son contados los bodegones que conocemos de su mano, pero son muy personales: simplicidad de composición (varios objetos en fila), sentido del volumen, calidad de lo representado. La luz blanca idealiza la materia.

El bodegón de Zurbarán ejercerá gran influencia en el Cubismo, al mismo tiempo que contribuyó a una mejor valoración de su producción artística.

Alonso Cano (1601-1667), granadino de nacimiento, es pintor, escultor y arquitecto. Con quince años se traslada a Sevilla y donde coincide con Velázquez. Su vida fue turbulenta: su mujer fue asesinada y durante algún tiempo se sospecho del artista.

Realizó fundamentalmente pintura religiosa. No fue un pintor excesivamente naturalista, prefería las imágenes equilibradas, serenas, dulces y estaba interesado por los colores claros, si bien su paleta se irá aclarando y se hará más vibrante e intensa paulatinamente.

Tuvo una primera etapa tenebrista. El paso por la corte madrileña como protegido del Conde-Duque Olivares, donde conoce las colecciones reales, la obra de Velázquez y la pintura veneciana, originan su estilo idealizado, clásico, de una calidad similar a la de los mejores pintores españoles.

Su pintura es suave, refinada, culta, idealista; pinta con unos colores muy delicados Este idealismo, que también se aprecia en su escultura, es más de valorar, pues en aquella época privaba más el culto a la realidad. Creador de tipos, destaca muy pocas figuras, una o dos, sobre un fondo neutro o paisaje vaporoso.

El rico colorido aparece en el Milagro del pozo, pintado en su época madrileña. Recoge el momento en que san Isidro rescata a su hijo del pozo en que había caído. Los influjos de Veronés y de Rubens también son claros en algunos cuadros (Noli me tangere, Cristo y la samaritana). Inspiración escultórica se encuentra en la Inmaculada (Vitoria), de la que realiza varios modelos. La suavidad de los colores se aprecia muy bien en la obra, así como en el carácter fusiforme que ya había dado a la Inmaculada del facistol de la catedral de Granada. El volver la cabeza es un gesto que también se aprecia en diversas esculturas suyas. Los tipos idealizados, con rostro ovalado, se aprecian en la Virgen con el Niño.

De la escuela sevillana de segunda mitad de siglo surge Bartolomé Murillo (1618-1682). Hijo de una familia sevillana acomodada, alcanzó la fama como pintor en su ciudad natal. En 1658 viajó a Madrid donde permaneció dos años, allí conoció la colección de pintura del rey y la obra velazqueña de los últimos años.

La obra de Murillo responde al espíritu de la Contrarreforma.

Sus imágenes religiosas, dulces y amables,, suponen la aparición de una nueva sensibilidad y constituyen un intento por desplazar las imágenes agrias, trágicas y pesimistas que tanto habían abundado durante el Barroco español.

Llega a sobresalir pintando a la Virgen con el Niño o cuando hace diferentes versiones de la Inmaculada. Imagina el rostro de la Virgen como el de una niña, los ojos elevados al cielo. Humaniza los tipos divinos.

Las Sagradas Familias de cordial ambiente y las imágenes de las Inmaculadas sustituyen a las escenas de martirios. En las Inmaculadas el volumen se pierde ante los requerimientos de la atmósfera luminosa. La Virgen tiene la consistencia de una leve nube. Los ángeles se multiplican, se ablandan y se esfuman. Da forma definitiva al tema y nos deja varias versiones.

Las Inmaculadas responden todas a un mismo esquema: la Virgen, vestida con manto azul, somete a una serpiente como símbolo del mal o se apoya sobre una media luna, que alude a la herejía del Islam. Murillo es uno de los principales cultivadores del género religioso. Inicia una aproximación de la religión al pueblo por la vía familiar: en la Sagrada familia del pajarito, por ejemplo.

Interpreta los temas con un colorido deslumbrante y con un aparato propio de su estilo; pero no emplea el tono ampuloso de Rubens o la teatralidad de los italianos. Prefiere imaginar estos temas en un escenario más humano y sencillo, introduciendo pormenores y escenas secundarias tomadas de la vida diaria.

Es el pintor por excelencia de la mujer andaluza y de los niños. Donde más creativo y libre se mostró fue en las pinturas de niños, generalmente mendigos y niños sacados de la calle que se pueden relacionar con los personajes de la literatura picaresca. Pintor enamorado de la infancia, nos ofrece cuadros llenos de ternura y delicados de color, como en Los niños de la concha o en El buen Pastor. Cuando estos niños forman un cuadro de costumbres, sorprende a los mendigos, sus buenos amigos, al deambular por los barrios sevillanos. Pero presenta a los pobres felices, comiendo uvas, quitándose las inmundicias, o simplemente jugando.

En el enorme lienzo de San Antonio contemplando al Niño se preocupa por la luz, que le lleva a un rompimiento de gloria, deslumbrante de luz, opuesto a la zona terrena. Una preocupación tenebrista a lo Rembrandt notamos en El Sueño y la Revelación del Patricio Liberio, donde nos narra la fundación de la Basílica de Santa María la Mayor, de Roma, ordenada por la Virgen al patricio. La maestría y soltura técnica nos hablan ya de una madurez.

Juan Valdés Leal (1622-1690), es el contrapunto de la pintura de Murillo. Conocido por los cuadros que pintó para el Hospital de la Caridad de Sevilla. Valdés Leal, fue protegido de Miguel Mañara de Vicentelo, miembro de la Santa Caridad de Sevilla. La principal misión de la Caridad era recoger y enterrar lo cadáveres de los condenados a muerte,a los que según la tradición nadie podía tocar. Entre las obras que Valdés Leal pintó para el Hospital destacan dos: In ictu oculi y Finis gloriae mundi.

En el primero, representa a la muerte como era tradición en la Edad Media: como un esqueleto con la guadaña que pisotea una mitra papal, joyas, brocados, un bastó de mando, entre otros elementos. La muerte pone fin a todos los esplendores que el hombre pueda llegar a disfrutar en vida.

Mientras en Finis gloriae mundi, su significado es muy similar al anterior. En el centro dela composición se dispone una balanza alusiva al Juicio Final sostenida por una mano. En uno de los platos aparecen los siete pecados capitales, representados simbólicamente y, en el otro, elementos de significado religioso. En el primer plano, los insectos devoran un cuerpo en descomposición vestido con el hábito de la orden de Calatrava.

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