CONTEXTO HISTÓRICO

Con la caída de Napoleón y la consolidación de los regímenes políticos de la Restauración (1815-1848), que intentan borrar de Europa cualquier vestigio de la Revolución Francesa, un movimiento cultural, el Romanticismo, se convierte en bandera de las jóvenes generaciones que aspiran a encarnar en la política, la literatura, la filosofía y todas las artes los principios revolucionarios que quedan momentáneamente soterrados. El romanticismo es sobre todo un grito de libertad. Se funde este espíritu con el ímpetu de una revolución. Pero tendrá también enormes resistencias. Los pioneros del romanticismo se han formado en los talleres neoclásicos de David y sus discípulos. Rechazan las convenciones neoclásicas.

La dictadura de Ingres y los davidianos no era soportada sin protestas. Las guerras napoleónicas habían exaltado los ánimos. El siglo XVIII había representado el triunfo de la razón. El romanticismo pondrá el sentimiento como punto de arranque de toda creación artística. La misma filosofía pregonaba la supremacía de la sensibilidad sobre el raciocinio, porque las ideas no nacen del sujeto, sino que se adquieren con la sensorialidad.

Como características generales podemos señalar: la recuperación de la potencia sugestiva del color en detrimento del dibujo neoclásico; así se liberan las formas, los límites excesivamente definidos. Surgen las luces vibrantes, que refuerzan a las manchas en su tarea destructora de las formas escultóricas. Se buscan composiciones dinámicas, posiciones convulsas, gestos dramáticos. Se rinde culto al paisaje, incluso como recurso para desplegar colores luminosos y para encuadrar entre nubes eléctricas y oleajes furiosos los grupos humanos. También gusta de los temas históricos, pero de aquellos que más pueden herir la sensibilidad del espectador. Lo mismo ocurre cuando se pinta un hecho contemporáneo; no puede ser una mera descripción. Los temas de las revoluciones políticas o los desastres de la naturaleza son interpretados por el pintor de forma parcial.

EL ROMANTICISMO PICTÓRICO EN EUROPA

Los paisajistas ingleses iniciaron el giro de la pintura, ellos entronizaron el paisaje, al enfrentarse sin prejuicios con la naturaleza. A diferencia de los románticos franceses no les atraen los temas políticos, quizás porque el sistema parlamentario británico les tenía habituados a un marco de libertades y la isla escapa a los impactos de las revoluciones de 1830 y 1848.

John Constable (1776-1838) es uno de los primeros paisajistas modernos. Acude a pintar al aire libre y huye del taller, actitud que hace presentir al impresionismo, lo mismo que su técnica de manchas. Su materia se espesa, llegando a servirse de la espátula.  Como romántico su pesquisa consiste en sentir la naturaleza.

Esas pinceladas burdas y rudas, que ofenden al tacto, sirvieron para captar el viento, la lluvia, la tempestad, la humedad propia del país británico. Es el triunfo de lo subjetivo. Demuestra una de las mayores verdades del arte contemporáneo: todo es relativo y cambiante; no existe un paisaje fijo. Cuando pinta la Catedral de Salisbury, escoge diversos puntos de vista; deja la obra a medio acabar, con objeto de que nuestra imaginación colabore y ponga también su sensibilidad particular. La luz, sus reflejos y movimientos, son constante preocupación.

Cuando en 1824 expone en París El carro de heno, entusiasma a los románticos e irrita a los neoclásicos por su falta de idealismo. En Inglaterra gozó de escasa estima, pues se tachaba a sus cuadros de descuidados y se censura su afirmación de que «la línea no existe en la naturaleza». A raíz de la exposición de pintura inglesa en París en 1824, el efecto sobre la pintura francesa fue sensacional.

Constable murió joven, sin embargo, su obra fue fecunda.  A raíz de la exposición de pintura inglesa en París, en 1824, el efecto sobre la pintura francesa fue sensacional. El propio Delacroix rehízo el fondo de La matanza de Quíos, aquella exposición fue la conversión del pintor francés.

Constable embellecía a toda la naturaleza. Le interesan particularmente los efectos luminosos: el dorado de los trigos (El maizal), el arco iris (Catedral de Salisbury), los reflejos del agua (El puente de Waterloo).

William Turner (1775-1851) lleva todavía más lejos el libre uso y el valor provocativo del color, utilizado de forma exuberante. Se educó como grabador. Deja una abundante obra con constantes experimentaciones.  Realizó muchos grabados para colorear. Fabricó series completas (Liber Studiorum). Se sumerge en la historia tanto clásica (Aníbal cruzando los Alpes) como contemporánea (El último viaje del Temerario). En Devonshire estudia la naturaleza, observa el mar y el cielo, fijando sus impresiones en un libro de apuntes que posteriormente convertirá en cuadros. Más alejado de la realidad que Constable, tiende a diluir las formas perdiendo la naturaleza progresivamente forma y ganando luz. Las formas, imprecisas, tienden a fundirse las unas con las otras, haciendo su encabalgamiento movido, fluido y multitonal.

Junto a la luz le interesa el vapor, la humedad, el humo, se podría decir que es un proto impresionista. Cartago es una nueva versión, más fogosa y exaltada de los puertos de Claudio de Lorena. El Entierro de sir David Wilkie demostró la influencia de marinistas holandeses y su propia originalidad.

Su paleta fue paulatinamente descomponiéndose hasta desembocar en un abierto impresionismo, donde las formas se esfuman.

También destacó Richard P. Bonington (1802-1828). Practicó la técnica de la acuarela y colaboró con Delacroix. Pinto numerosas vistas de ciudades: Venecia, Ruán… se sintió atraído al tema oriental. Sin embargo, es fundamentalmente un paisajista. Puede decirse que la escuela de Fontainbleau comienza con él.

La pintura de género se halla muy influida por la literatura -Dickens, Macaulay, Carlyle, Ruskin, etc.-. en la pintura de David Wilkie (1785-1841) las críticas de Dickens sobre la mala educación que recibían los niños (David Copperfield), influyeron en su pintura.

Por su parte, James Ward (1769-1859) representa escenas campestres: animales arrastrando pesados arados cuando decae el dorado crepúsculo.

En la pintura histórica, florecen John Martin (1789-1854) con Caída de Nínive y Festín de Baltasar y William Blake (1757-1827), un genio excéntrico, arquetipo del romanticismo, ilustrado de La Divina Comedia y las Noches de Young, su pintura es la mayor evasión por lo sobrenatural.

Heinrich Füssli (1774-1840), conocido en Gran Bretaña como Henry Fuseli, nacido en Suiza en una familia culta, desarrolla su vida en Inglaterra. Demostró, desde un principio, un interés especial por la literatura y los temas relacionados con la muerte lo sobrenatural y lo truculento. Conoció de primera mano la obra de Miguel Ángel, de la cual le impresionan las titánicas anatomías, el heroísmo y la tensión extrema de sus figuras. En el óleo Titania, recurre a El sueño de una noche de verano de William Shakespeare como fuente de inspiración. Las Pesadillas son visiones demoníacas de íncubos que se aparecen bajo formas de diversos animales ante mujeres que se desmayan por el pánico que éstos les producen.

El retrato se muestra más conservador. El retrato inglés culmina con Thomas Lawrence (1769-1830). Retrató a hombres y mujeres famosos de su tiempo: retratos de Jorge IV; del Papa Pío VII; de Wellington; el zar Alejandro, etc.

El triunfo del romanticismo se logró en Francia después de librarse enconada batalla con el neoclasicismo. La lucha comienza en la década de 1820. En 1824, abre el Salón de París con una exposición de pinturas inglesas y francesas. El paisaje inglés, señaló el camino de los pintores franceses. A partir de entonces, la pugna se agudiza.

El gigante del romanticismo francés es Eugène Delacroix (1798-1863). Toma sus temas de la literatura, la historia y los episodios contemporáneos. Conoce la literatura de W. Scott, Byron, Dante, Shakespeare interpretando con genialidad en la pintura a estos autores. También es un teórico del arte. Sus ideas van quedando recogidas en su Diario.

La polémica que se suscitó en el período romántico entre Ingres y Delacroix, trascendía al público y la crítica. La década de 1820 va a representar la radicalización de las dos tendencias, neoclásica y romántica, al presentarse esta última como el estilo progresista frente al clasicismo conservador.

Derrotado Napoleón, David, patriarca del neoclásico se vio obligado a emigrar a Bruselas (donde falleció en 1825, a pesar de la amnistía concedida por Luis XVIII). Ingres, regresa a Francia en 1840, para encabezar la Academia desde donde impondrá una férrea dictadura contra los románticos a los que califica de “invasión de bárbaros”. Delacroix, líder del movimiento innovador, sufrirá las consecuencias.

Mientras para Ingres el arte debe mostrar la perfección al estilo griego, para Delacroix debe primar la imaginación mediante el cual aflora el sentimiento que permite vivir la vida con pasión e intensidad. Intelecto y pasión: las dos posturas en litigio.

En 1822, Delacroix realiza Dante, obra inspirada en Géricault. Su sentido romántico se acusa en la presencia de lo tenebroso y la fuerza expresiva de los condenados que se agarran desesperadamente a la barca. En 1824 pinta la Matanza de Quíos: exaltando el heroísmo de los griegos en su lucha independentista. Esta pintura tuvo gran repercusión; los griegos luchaban por su liberación de Turquía, en su ayuda llegaban voluntarios de todas partes, entre ellos el propio Lord Byron. Fue un condenatorio cartel de propaganda antiturca. En 1827, representa la Muerte de Sardanápalo: el monarca asirio, en el centro de la escena, contempla impasible como sus servidores dan muerte a las mujeres de su harén. Es una orgía de sangre.

En 1832 viaja por el norte de África y cambia el rumbo de su pintura. Aparecen mujeres árabes y judías. Introduce el tema oriental: Las mujeres de Argel, Boda judía.

Se inspira en Goya para  el cuadro La libertad conduciendo al pueblo (1830). Una mujer con la bandera tricolor arrastra tras de si al pueblo francés, durante los eventos de 1830.

También le interesó la pintura decorativa mediante la técnica del fresco: La lucha de Jacob y el Ángel.

El francés Theodore Géricault (1791-1824) es el símbolo más claro del nuevo estilo. En 1819 presenta la Balsa de la Medusa, en la que abandona la calma clásica y se entrega al contacto directo con la rabiosa actualidad de un suceso que conmocionó a la opinión pública. Narra el naufragio en 1816 de la fragata Medusa. Los supervivientes, colonos que viajaban a Senegal, construyeron una balsa, pero faltos de alimentos, se devoraron los unos a los otros y llegaron a enloquecer. Este cuadro sacude a Francia y entra en el campo de la política, al censurar al mando del barco por imprudencia. Pese al sentido trágico que entraña, todavía se modera el dramatismo, ya que en la parte superior se alza sobre la pirámide de cuerpos un hombre agitando un paño, como anuncio de la salvación que, en efecto, llegará. La coloración es sucia y terrosa. La acumulación de cuerpos y la violencia de los escorzos testimonian el efecto que produjo sobre el pintor el Juicio Final de Miguel Ángel.

Realizó diez cuadros de dementes, de los que se conservan cinco. Se los encargó un psiquiatra y tomó, los modelos directamente del manicomio.

Los equinos es uno de los temas favoritos de Géricault. Pasa los últimos años en Inglaterra, donde cultiva uno de sus temas favoritos: los caballos (Derby de Epson); siempre con un jinete que trata de dominar el ímpetu del animal.

Los nazarenos  en el primer decenio del siglo XIX un grupo de pintores alemanes se establece en Roma. Estos pintores, católicos en su mayoría, denominados los nazarenos, se entregan a un arte de fondo religioso exaltado y apocalíptico, que desprecia el color, valor la forma y toma por modelos a los precursores de Rafael. Son semejantes a los prerrafaelitas ingleses.

Es un arte con elementos neoclásicos, pero por esencia romántico; Friedrich Overbeck; Philiph Viet, Franz Pforr, J. Schgnorr von Carolsfeld, Eduard von Steinle, retornan a la pintura cuatrocentesca.

El paisaje fantástico romántico está representado especialmente por Caspar David Friedich. En sus cuadros, se asiste a la imotencia del hombre ante la grandiosidad de la naturaleza. Una naturaleza desnuda, desprovista de hombres: reina en las llanuras heladas, en las afiladas cumbres montañosas, en las deslumbradoras puestas del sol.

A diferencia de lo sucedido en Francia entre neoclásicos y románticos, en España el romanticismo llegó con leve retraso. Escenario de las guerras napoleónicas, la Restauración y la guerra civil en el siglo XIX, fueron caldo de cultivo para el romanticismo español.

Figura insigne  de la pintura es Federico de Madrazo (1815-1894), hijo de José de Madrazo. En él se pueden considerar dos aspectos: el cuadro de historia y el retrato. El primero ligado al romanticismo europeo; el segundo, a la tradición española. Es en los retratos donde se desenvuelve con mayor originalidad. Sus figuras tienen un porte muy distinguido, sobre todo las femeninas, muy románticas: retratos de la marquesa de Espeja, marquesa de Montejo, doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, entre otros. También acomete el retrato ecuestre (duque de Osuna).

Fue un pintor aristocrático. Amigo de Ingres en París. Gozó de gran prestigio y su situación social se desarrolló en forma holgada (pintor de Cámara, director de la Academia de San Fernando)

Antonio María Esquivel (1806-1857) se distingue por los retratos, algunos colectivos, como el que representa a Zorrilla recitando en el estudio del pintor. Este género apenas era practicado hasta entonces en España.

Los costumbristas dan a conocer el folklore español en obras de inmensa popularidad. Goya está presente en la imaginación de tales pintores.

Leonardo Alenza (1807-1845) tiene cuadros de costumbres muy celebrados (El viático). Su corta vida impide el desarrollo maduro de lo que prometía (El suicida)

Eugenio Lucas (1824-1870) tiene también por maestro a Goya. Mantiene vivo el interés por personajes populares, toreros, manolas, bandoleros, y por asuntos cargados de emoción, como corridas de toros, procesos inquisitoriales, aquelarres (obras varias).

El costumbrismo de Valeriano Domínguez Bécquer (1834-1870) apunta más a escenas regionales, donde los personajes aparecen con sus vestidos típicos.

En el campo del paisaje hay que citar a los acuarelistas, grabadores, litógrafos y dibujantes, que se dedican especialmente a representar iglesias, monasterios, ruinas, en medio de un ambiente romántico. Nuestro país fue un paraíso para el romanticismo; estuvo de moda en el XIX y atrajo a infinidad de viajeros. Entre ellos hay que destacar al inglés David Roberts. Fruto directo de las enseñanzas de este inglés es la obra de Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854). Sus visiones de la naturaleza se subjetivizan hasta la deformación, en una búsqueda de poesía y ensueño. Estas características se pueden observar en obras como Procesión a Covadonga, Inauguración del ferrocarril de Langreo, Interior de un templo, etc.

Carlos de Haes (1826-1898) es más creativo en sus numerosos apuntes del natural que en sus elaborados lienzos de los Picos de Europa.

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