Autor: Vincent Van Gogh

Fecha: 1889  

Técnica: óleo sobre lienzo

Formato: 73,7 x 92,1 cm 

 Estilo: Postimpresionismo

 Género: Paisaje

Localización: Museo de Arte Moderno Nueva York      

Vincent van Gogh realiza el cuadro durante su reclusión en el sanatorio de Saint-Rémy donde se encontraba desde mayo de 1889 y muestra en sus pinturas parte de lo que «contempla desde su ventana»  

Existe en el cuadro como una doble representación de lo que contempla desde su ventana:

Una real:  el paisaje de los montes cercanos y de la situación de los astros. La gran luna amarilla a la derecha, Venus, y la constelación de Aries, y la gran espiral de izquierda a derecha sería su visualización de la Vía Láctea. 

Otra imaginaria: el pueblo inventado parcialmente que recuerda más a un pueblo holandés que francés, la torre de la iglesia y los olivos. 

A estos se añaden elementos que realmente veía desde su ventana, pero desplazados de lugar para lograr un efecto de equilibrio en el cuadro que son el ciprés y la iglesia

No es el primer cuadro nocturno pues recordamos el cuadro de la Terraza del Café de Arlés.

En la composición al situar la línea del horizonte bastante baja concede gran protagonismo al cielo. Además, el encuadre está realizado desde un punto de vista bajo.

La escena se puede dividir en dos partes por la línea de las montañas encima de la que se encuentra la línea blanca del amanecer y que separa la zona terrestre y el cielo    

El ciprés ondulado y vertical y la torre de la iglesia hacen de nexo de unión entre las dos partes y equilibran con su estabilidad la composición.                   

Existe un claro contraste entre el cielo y la tierra.

En el pueblo predominan las formas rectas que indican quietud (cuadrados, triángulos, pentágonos) estando las líneas del contorno de los edificios marcadas con gruesos trazos de tonos oscuros, igual que las montañas que recuerdan la técnica del pentágono del arte de las vidrieras

En el cielo y la vegetación en cambio predominan las líneas curvas y contracurvas   

En el cielo intensamente azul se distinguen dos enormes espirales que crean un gran dinamismo. Once estrellas brillan en el firmamento, una extraña luna y otro astro más grande que puede ser el sol del amanecer.      

Por tanto, al dinamismo de espirales onduladas de las estrellas y la luna se contrapone la estabilidad del ciprés y de la torre de la iglesia creando así una composición más estable

El tamaño vertical del ciprés frente al reducido del pueblo crea efecto de profundidad

Los tonos que Van Gogh utilizan son comunes a todas las obras de la primavera del 89: malvas, morados y amarillos que muestran el estado de ánimo eufórico del artista, aunque tendrá una grave recaída en el mes de julio. Contrastan sobre todo los amarillos pasionales con el azul que transmite tranquilidad, quietud, silencio.

La pincelada está llena de pasta y es alargada construyendo sobre todo el espacio celeste.

La composición de la obra, sus colores inducen a nuestros ojos a moverse constantemente en ese torbellino de líneas sinuosas.

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