EL ARTE EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

En 1848, en distintos países europeos tienen lugar revoluciones nacionales, que imponen libertades humanas, entre ellas el derecho al trabajo. En todas predomina el carácter social.

Europa transita una gran transformación. La época de la gran industria ha nacido. Se está operando la segunda revolución industrial. Las fábricas expulsan humo. Se constituyen poderosas compañías de navegación, los continentes se pueblan de ferrocarriles; los grandes trust se extienden. Es la época del colonialismo, que permite el enriquecimiento de Occidente.

Se impone el positivismo en la filosofía: el “saber” es la base del sentido de la vida. Renan da una interpretación humana al cristianismo. El materialismo filosófico se va imponiendo, hasta legar al filósofo alemán Carlos Marx (1818-1883), quien traza las bases, a su juicio, en que se desenvuelve la historia.

El progreso científico da un salto. Mendel formula las leyes de la herencia genética; Röntgen descubre los rayos X; se detectan gérmenes productores de muchas enfermedades (cólera, tuberculosis…), hasta que Pasteur formula la teoría sobre la bacteriología y halla la vacuna contra la rabia. Múltiples inventos en el campo de la técnica permiten la expansión de este progreso: motores de explosión y de electricidad, el teléfono, el telégrafo, el gramófono, etc.

Es una era de progreso industrial, que eleva el nivel económico, aunque crean los desequilibrios que generarán graves convulsiones políticas.

El polo del arte se instala en París, que conoce los días esplendorosos de Napoleón III. Italia consuma su unidad y Roma vuelve a ser la capital de la península. Estados Unidos pasan por la terrible guerra de Secesión (1860-1864); el triunfo de los grandes industriales del norte estimulará la vida económica del país y singularmente la arquitectura.

El bienestar se traduce en una mejora sensible de la arquitectura y del urbanismo. La mayor parte de las ciudades se renueva, buscando mejores condiciones higiénicas, más amplitud en las calles, pero sobre todo una arquitectura que exprese el signo de los tiempos. De ahí los mercados de hierro, las bibliotecas, museos, teatros y edificios de ópera.

Pero en el fondo, existía una radical dicotomía entre lo que representa el poder -la clase gobernante y la burguesía-, y el sector más humilde de la clase trabajadoras.

Amparada en las Academias, la clase poderosa eleva magnos edificios, estatuas conmemorativas, ostentosos cuadros de historia, hay un empleo del arte para exaltar la obra que realizan. Por el contrario, el sector obrero, especialmente habita en barrio infectos, apenas tiene acceso al arte.

Por tal razón, ciertos artistas empiezas a preocuparse de esta clase mal atendida. Surge un arte que toma conciencia del problema y hace hablar a sus personajes con aire de protesta.

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