En las décadas centrales del XIX el romanticismo, con su idealización de la historia, de la sociedad y sobre todo de la naturaleza, deja paso a una corriente de interés por la realidad concreta. Diversos procesos contribuyen a ello:

-La definitiva implantación de la burguesía que, olvidando los ideales que enarboló en 1789, se muestra poco propicia a los temas íntimos o de evasión.

-El positivismo filosófico de Comte, que considera como fuentes únicas de conocimiento la observación y la experiencia. Lo que se quiere son hechos.

-La postura de análisis de la realidad gana a los escritores (naturalismo de Zola).

-Surge una nueva entidad social: la clase trabajadora, el proletariado. El arte entra en los dominios de una nueva finalidad: la político-social. Ya los cuadros de Géricault lo anunciaban. Hay pintores (Gustave Courbet) que piensan que la misión del artista es denunciar las lacras de esta sociedad oprimida.

-El desencanto de los fracasos revolucionarios de 1848 hacen que se abandonen ciertos temas políticos (La libertad guiando al pueblo, La Marsellesa) y se concentren en los de tipo social. El hombre es representado en sus tareas normales. No se idealizan las imágenes. Desaparece toda preocupación por el alma. Decaen los temas eternos de la pintura. El realismo se va a enfrentar además de con el hombre en su aspecto social, con el objeto.

Es un mérito del realismo haber sabido encontrar belleza en un trozo despreciable, en un harapo, un sombrero, unas botas, etc. de la exaltación romántica del individuo, se pasa a la minucia del hombre, al ensalzamiento de la materia.

Decaen eternos temas de la pintura. Hay gran desdén por la pintura religiosa.

Francia da los pasos decisivos. Honoré Daumier (1808-1897) exalta brutalmente la realidad mediante la caricatura con agudas críticas al gobierno de Luis Felipe Orleans y por sus atrevimientos terminó en la cárcel.  En los óleos sintetizó la realidad, donde expresó sus intenciones político-sociales. El vagón de tercera es claro indicio de su preocupación por las clases humildes. En aquel vagón hace convivir a obreros con personajes de sombrero de copa. De formación dibujante, de ahí el perfil sinuoso y cortante de sus figuras.

Por su técnica vibrante de luces y sombras, de poderosos volúmenes destacados por grandes manchas sombrías o claras y rápidas rayas, y sus colores sobrios, se convierte en un realista muy cercano al impresionismo (La lavandera). Pero también hay un fondo romántico en su pintura. Significativo es la reiteración en el tema de Don Quijote y Sancho Panza.

Gustave Courbet (1819-1877) acaudillará el realismo. Él reacciona contra todo lo clásico. Mujer durmiendo en nada se parece a una Venus. Los picapedreros son un retazo de la vida trabajadora, pero representa al trabajo como algo duro y terrible.

La obra de Courbet está llena de motivaciones ideológicas. Su pintura está hecha para un público muy concreto, el proletariado campesino o de la ciudad, que actúa a la vez como modelo y como tema. Los tipos pueblerinos de sus paisanos de Ornans son reflejados en su verdadera fisonomía y actitudes.

El entierro en Ornans, retrato colectivo, es inusitado por la personalidad de los retratados y la circunstancia en la que se les coloca. Mientras en el Entierro del Conde de Orgaz (El Greco, 1586-1588) el espíritu se eleva, aquí todo deprime: el cielo plomizo y los acantilados de Ornans pesan sobre estas gentes secas y adustas, que no esperan nada. Se comprende el cuadro, acordándose de que había dicho que él era un hombre sin ideal y sin religión. El único comprador de este tipo de pintura será Alfred Bruyas, un rico hacendado de Montpellier, que ve la que fuerza de este cuadro reside en la pintura misma y no en el asunto representado. Fruto de esta amistad será El encuentro, también llamado ¡Buenos días, señor Courbet!, en el que se recoge un acto intrascendente: el saludo matinal de ambos personajes en el campo.

La trayectoria artística de Courbet se confunde con una febril actividad política: durante la Comuna de París en 1871, fue director de Bellas Artes. En tal sentido, con la finalización de esta experiencia revolucionaria debe exiliarse en Suiza, donde morirá en 1877.

Siendo el pinto más representativo de la oposición antiacadémico, montó una muestra paralela a la Exposición Universal de 1855, destacando entre sus obras allí reunidas El taller del artista, que al tiempo de enfurecer a los moralistas concitó la admiración del rebelde estudiantado. A partir de 1856, hubo cuadros que no fueron admitidos por «inmorales» en el Salón. Fue durante este mismo periodo que Courbet pintó su obra más provocadora, El Origen del Mundo (1866), encargo privado que permaneció durante un tiempo inédita para el público.

Jean François Millet (1816-1879) pinta campesinos, lejos de la ciudad, ajenos a las nuevas ideas políticas; campesinos que creen y oran, que bendicen el trabajo. Aficionado a las lecturas bíblicas, un sentido religioso se encuentra en todas sus pinturas: El ángelus, Las espigadoras. Millet, adscribió a la escuela de Barbizon. Poseen sus obras una plasticidad muy acusada, con vivos efectos de luces y un color dorado de crepúsculo, junto a la inmovilidad de sus figuras que se detienen un momento en su quehacer para quedar eternamente fijos en la tela son características de su pintura. En sus puestas de sol siempre queda abierta la esperanza, que Courbet había sepultado en su Entierro de Ornans. Su paisaje se ha formado en la honradez trabajadora de los campesinos de Brueghel. Las espigadoras, sus Taladores, sus paisajes como Primavera guardan cierto romanticismo; sus luces alumbran el camino de los impresionistas.

Buena parte de la obra de Edouard Manet (1836-1904), está poseída por el espíritu realista.  Sus obras Desayuno en el campo y Olimpia produjeron tal escándalo que se prohibió su entrada en los museos.

La Olympia anuncia una nueva época, la composición está inspirada en la Maja desnuda de Goya. La modelo carece de idealización, rompe con la tradición y coloca a una sirvienta negra y a un gato del mismo color sobre un fondo oscuro, perdiéndose su silueta. Su antiacademicismo está patente en este detalle. La novedad dimana del hecho que Manet utiliza los personajes como soporte físico para su pintura. El contraste del color rosa del vestido de la negra es precisamente más intenso en gracia a la oscuridad del fondo. Pronto se adivina que es una nueva teoría de color expuesta por el autor. Lo esencial es la masa de color del desnudo, no el desnudo en sí mismo. El punto central es del cuadro es el ramo de flores, al que ha rodeado de un papel blanco para que destaque mejor.

Monet tuvo fuerte fervor por la pintura española, admirando a Goya a quien imita. Este pintor le inspiró la pasión por los toros y los tipos nacionales como en Lola de Valencia. El balcón deriva de Las majas del balcón de Goya. El Fusilamiento del emperador Maximiliano está inspirado en los Fusilamiento de la Moncloa.

En Bélgica, el realismo está representado por Constantino Meunier (1831-1905), que se apega por los temas de fábricas, donde los obreros trabajan envueltos de humo. En esta época, momento en que Bélgica se transformaba profundamente por la implantación de la siderurgia y por el impulso de las organizaciones sindicales, políticas y obreras, eligió ocuparse de temas laborales.

Mientras que, en Alemania, el principal referente será Adolph Menzel (1815-1905), cuya técnica es más bien impresionista. Los efectos luminosos, a contraluz de una ventana; el chisporroteo del hierro candente en una fundición son los temas significativos de su obra. Junto a Capar David Friedrich fue uno de los pintores alemanes más grandes del siglo XIX.

Ilya Repin (1844-1930), es el autor de cuadros impresionantes. Sus obras se enmarcan dentro del realismo, con esa profundidad psicológica y sin ocultar a veces el descontento social. Se podría decir que Repin fue a la pintura rusa a lo que Dostoievski a la literatura. Le interesa las posibilidades del retrato, por conseguir plasmar al retratado no sólo de forma física. Gana premios y concursos, viajó al París impresionista, donde tomó buena nota de lo que podía hacer la luz y el color. Rembrandt, que fue uno de sus pintores preferidos. Muestra a trabajadores y clases humildes, pero también cuadros históricos y mostrando los aspectos sociales que se vivía en la convulsa Rusia de esos años. Retrató también a sus coetáneos: Tolstói, Mendeléyev, etc. Entre sus obras destacadas se encuentra los Cargadores del Volga, mientras que, Iván el terrible, representa un cuadro sobrecogedor en la escena en la cual el zar abraza a su hijo muerto.

En España, en la segunda mitad de siglo, el realismo está representado por la pintura de historia. Suelen ser lienzos de enorme tamaño, con gran cantidad de figuras y un sin fin de detalles secundarios de ambientación correspondientes a la época de la escena.

Esta pintura deriva de la romántica, pero con una gran diferencia. El artista romántico trata cuadros de historia con afán de exaltar el espíritu, sin importarle la exactitud histórica de la indumentaria y el ambiente. En cambio, la pintura del período realista es erudita y da una mayor importancia a la verosimilitud. El asunto es lo importante del cuadro. La verosimilitud mató a la inspiración. La pintura de historia alcanzó la más elevada cotización de la época en detrimento de otros géneros como el paisaje.

Artista de gran valía es el catalán Mariano Fortuny (1838-1874), pertenece al realismo por su preferencia al detalle, pero denota cierta afición a los juegos de luz impresionistas. Su técnica es de una minuciosidad extraordinaria. Fortuny representa las bellezas africanas, los tipos marroquíes, las batallas de españoles y musulmanes. Por encargo de la diputación de Barcelona, ha pasado a Marruecos con objeto de historiar la campaña. Es un cronista de guerra del pincel. En el regimiento del general Prim -durante la Primera Guerra de Marruecos-, le llevó a realizar además de varios cuadros (La Batalla de wad-ras, La Odalisca…) un segundo viaje para terminar de captar la luz: en este viaje realizará Batalla de Tetuán y Un Marroquí.

Fortuny fue seducido por las odaliscas, la luz, las costumbres y el paisaje de la cultura árabe. Su técnica es siempre extraordinaria, detallista y minuciosa y al mismo tiempo de pincelada libre y suelta.

De Antonio Gisbert (1835-1902) destaca con Fusilamientos de Torrijos y sus compañeros, en el que se rinde culto a la causa liberal. La teatralidad habitual en este tipo de pintura se aparta para dejar paso a unos personajes reales, llenos de dignidad, envueltos en una triste luz gris de amanecer.

La rendición de Bailén de José Casado del Alisal (1832-1886) es una de las obras maestras del género, que recoge, con una cierta pretensión de rememorar a Velázquez, la primera gran derrota de los ejércitos napoleónicos.

Eduardo Rosales (1836-1873) representa cuadro histórico El Testamento de Isabel la Católica. Convence sobre todo por la naturalidad del ambiente, lejos de todo retoricismo. Las figuras permanecen inmóviles, perplejas, sin poder reaccionar ante la irreparable pérdida de la Reina. Los juegos de luces y las líneas de composición se concentran en un punto y eliminan datos innecesarios, ofreciéndonos personas muy humanas.

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