La escultura barroca, al igual que pasa con la arquitectura, tiene su origen en Italia, adquiere un valor omnipresente, porque se desarrolla en fachadas, retablos y monumentos públicos de carácter diverso. La escultura barroca es el elemento clave para dar el sentido palaciego cortesano o simbólico a las escenografías barrocas.

Aun cuando serenidad y dinamismo son dos manifestaciones constantes del espíritu artístico, lo cierto es que, tras la muerte de Miguel Ángel, el segundo componente se fue imponiendo para desatarse plenamente en el XVII.

Diferentes elementos caracterizan la figuración barroca.

El naturalismo: el artista observa la naturaleza, la sorprende, y finalmente, la copia.

Más que la belleza en abstracto (como en el Renacimiento), el Barroco representa pasiones, sentimientos, siendo los preferidos los de mayor exaltación. El sentimiento religioso se expresa por los estados más elevados: la ascética y la mística. Se palpa lo sobrenatural.  Pero también se representa lo cruel y espantoso: martirios de santos, castigos de herejes, cadáveres putrefactos.

Época de muchas canonizaciones, el repertorio de temas religiosos se agranda en número.

Para conseguir todos estos efectos, el escultor se vale del movimiento, no ordenado, sino espontáneo, imprevisible, como una explosión. Esto ocasiona la línea abierta: piernas y brazos se lanzan al espacio. Predominan las líneas sesgadas, los escorzos, abandonándose la simetría. Los ropajes van a acusar el naturalismo, pero también el movimiento, ondulándose con violencia.

El naturalismo implica el desarrollo del retrato, que se representa de un modo íntegro, física y moralmente.

Los materiales preferidos en Italia seguirán siendo el mármol y el bronce. En España se continúa con el trabajo en madera policromada. Otros materiales fueron el marfil, el oro y la plata.

Se consiguen sorprendentes calidades en las telas y en la piel de los seres vivos, que nos producen la más viva sensación de realidad.

La figura exenta o de bulto redondo se relaciona con el relieve porque juega con la unifacialidad -único punto de vista- de la representación y rompe con la multifacialidad -diversos puntos de vista- manierista.

La unifacialidad se relaciona con la teatralidad, puesto que la obra barroca pierde valor si se separa del lugar para el que fue concebida y, por tanto, debe ser contemplada dentro de un espacio y en relación con el espectador.

Por ello, la arquitectura ase pone al servicio de la escultura y se convierte en su escenario. Esta integración artística es la que define la unidad de las artes, característica propia del discurso conceptual del Barroco.

Bernini es el artista que mejor define el llamado theatrum sacrum (teatro sagrado), dado que es capaz de lograr con maestría una sabia simbiosis de arquitectura, pintura y escultura, que integra también la luz y el color.

LA ESCULTURA BARROCA EN ITALIA: BERNINI

Lorenzo Bernini (1598-1680) es el más genuino representante de la escultura barroca en Europa. Católico de convicción, hay una correspondencia entre sus obras y su conducta, aunque también realizó temas mitológicos.

Sus primeras obras datan de los años 1615-1617 donde se observa la influencia del Manierismo.

La evolución artística de Bernini se produce con una rapidez asombrosa. Estudió con profundidad la escultura helenística, la cual tuvo pes decisivo en su obra.

La etapa juvenil, entre 1618 y 1624, corresponde a los encargos mitológicos y bíblicos del cardenal Scipione Borghese para decorar su villa. Son obras influidas por la línea serpentinata del manierismo, en las que da rienda suelta al virtuosismo técnico en el tratamiento de la textura de la piel, y al estado sicológico de los héroes griegos y judíos. El grupo del Rapto de Proserpina arranca del tema manierista de las luchas. Frente a este crudo realismo, en el grupo de Apolo y Dafne se impone una posición más ideal. En el David encontramos, frente al joven héroe de Miguel Ángel, una figura en actitud violenta, en el mismo momento en que va a lanzar la mortífera piedra.

En todas la obras mencionadas, se da la misma característica: todas ellas representan el momento culminante, central en el desarrollo de una acción.

Entre 1640 y 1654 se desarrolla el período medio, el más creativo de su carrera. Son los años del pontificado de Inocencio X y Bernini consigue varias obras.

Unificó todas las artes, logrando el supremo espectáculo de la teatralidad barroca en el interior de un templo.

En el Éxtasis de Santa Teresa subraya el efecto pictórico de la escultura mediante la luz dirigida, para poder integrar a la escultura con el ambiente. Concibe el tema como si se tratase de un cuadro, y a pesar de ello lo trata en bulto redondo y no en relieve.

Ubicada en la Capilla de Cornaro de la iglesia de santa María della Vittoria en Roma, posee muchos elementos en común con La beata Ludovica Albertoni, de la iglesia de San Francesco a Ripa, en Roma. En ambos casos se representa el éxtasis místico.

En El éxtasis místico de Santa Teresa se sirve de la luz natural para sugerir la presencia divina. La santa está teniendo una visión de carácter sobrenatural ante la cual cae en éxtasis. Su cuerpo se desploma sobre una nube mientras que un serafín se dispone a traspasar su pecho con una flecha, símbolo de la unión mística entre dios y la santa.

El peso de santa Teresa contrasta con la ingravidez de los paños con que está vestida. A los lados de esta escena aparecen representados los miembros de la familia Cornaro que presencia este insólito hecho de carácter sobrenatural.

También realizó la Cátedra de San Pedro, bajo el baldaquino.

Se ocupó de la ejecución de algunas fuentes romanas: la fuente del Tritón en la plaza Barberini y la fuente de los Cuatro Ríos, en la plaza Navona.

También sobresalió en el retrato, con representaciones de Scipione Borghese y Constanza Buonarelli

Para el Vaticano creó también Bernini un tipo de tumba papal, acorde con el esplendor, que constituyó un modelo funerario sumamente repetido desde su época hasta el XIX. En su nueva concepción, funde la propia tumba con el monumento conmemorativo, que incluye la figura del difunto y las alusiones alegóricas personificadas en las figuras que rodean el conjunto. Con ello se pretende glorificar no sólo a la Iglesia, sino también a su cabeza visible, el papa: tumba de Urbano VIII.

Hacia 1665, durante el pontificado de Alejandro VII, Bernini evoluciona hacia el estilo tardío, buscando el expresivismo y la espiritualidad, tan típica en la etapa final de los grandes maestros italianos. El sepulcro que hace para este papa recuerda en la composición al de Urbano VIII, pero es más complejo, espectacular espacialmente, de un carácter dramático y teatral.

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