Con el impresionismo se abren las puertas del arte del siglo XX.  Es el punto de llegada de un modo de ver y representar lo natural y, sobre todo, como el momento de génesis del arte contemporáneo.

Como antecedentes del movimiento pueden señalarse a Constable que estableció la composición de los elementos del color en la naturaleza; Delacroix, descubridor de la ley de los colores complementarios y a los pintores de la escuela de Barbizon, con creaciones al aire libre.

La fase de formación del impresionismo transcurre en la bahía del Sena, allí se dan cita artistas ingleses y franceses: Bonington, Delacroix, Corot…

La historia del impresionismo comienza en 1874 con la exposición en la galería Nadar de París. Entre los numerosos lienzos, destaca uno de Claude Monet (1840-1926) que representa el puerto de cualquier ciudad marítima francesa, al que su autor ha bautizado como Amanecer. Sol naciente. Las burlas del periodista Leroy darán origen al nombre de este grupo de pintores como de Impresionistas.

El impresionismo, nace este como una derivación del realismo. Lo que cambia es la técnica y la estética. El realismo pintaba la existencia, el impresionismo se basa en la apariencia.  La sensación es la fuente de todos los conocimientos. La sensación alimenta la vista, la puerta de toda nuestra experiencia. De ahí que se desdeñe la forma, que supone una idea “a priori”. Todo debe partir de lo que el ojo vea, sin prevención. Por eso los pintores impresionistas no tendrán conciencia del objeto, que es un mero pretexto y los títulos de sus obras serán convencionales. Es una pintura puramente sensitiva, es lo más opuesto de la pintura clásica occidental, que siempre ha sido una creación del cerebro.

Mientas el realismo había supuesto un culto a la materia, como realidad inmediata, el impresionismo negará esta realidad, incluso alcanzará una total desmaterialización.

El impresionismo representa una postura de defensa de la pintura contra un poderoso rival: la fotografía. El pintor sale al campo, en busca de lo fugitivo: la luz.

La pintura se enriquece con nuevos asuntos: bulevares, calles, jardines, carreras de caballos… los pintores irán detrás de los fotógrafos y a la vez, huyendo de ellos. Ambos realizan instantáneas. Pero el pintor busca su originalidad: será el no acabado, lo impreciso y vaporoso, ese será el encanto de la pintura impresionista.

El impresionismo trata de fijar las impresiones momentáneas de la naturaleza. Se enfrentan directamente al objeto, por lo tanto, los pintores buscan el contacto con  el aire libre.

La línea, el volumen y el claroscuro no importan. Ellos pertenecen a la forma. El aire libre va acompañado de nubes, lluvia, nieve, puestas y salidas del sol. En los cuadros impresionistas se adivina no solo la estación, también la hora del día. La preocupación por la luz lleva a los artistas a pintar los reflejos y los rayos de sol que se filtra a través de las hojas de los árboles.  También pintará el agua: la busca en arroyos y ríos, recogiendo la lección de la Escuela de Barbizon; también las playas.

Pese a los precedentes, el impresionismo fue recibido con hostilidad. La batalla romántica era una escaramuza, frente al combate que libró el impresionismo.

La pintura abandonó el tema social. Este grupo de artistas, algunos procedentes de capas sociales de alto rango, se refugiaron en un arte que ellos creían, pero que el público rechazaba. Sus pintores conocieron la miseria, pero sus lienzos estarían presentes en los hogares de la burguesía.

La crítica fue decisiva, estos lienzos recibieron la más encendida repulsa. Sin embargo, en pocos años, la pintura fue valorada y la cotización alcanzó altas cotas.

El impresionismo aprovecha las experiencias de la nueva óptica: de Michel Chevreul (1786-1889) y de James Maxwell (1831-1879).

El deseo de captar las variaciones atmosféricas había impulsado a pintores como Velázquez, Tiziano, Turner o Goya. En el siglo XIX, los pintores españoles «luministas» como Mariano Fortuny o Joaquín Sorolla, intentan captar la luz del Mediterráneo. Pero el impresionismo va a ser otra cosa. La diferencia fundamental entre unos y otros radica en el intento, más o menos consciente por parte de los impresionistas franceses, de aplicar a la pintura una serie de descubrimientos científicos, relacionados con la física y la fisiología, concretamente con una serie de nuevas leyes ópticas a propósito de la luz y del color.

El primer principio empleado es el de la división del tono. Los impresionistas dejan de mezclar los colores en la paleta para obtener otros colores o medias tintas. Los colores se aplican directamente en el pincel, la espátula, el dedo o desde el mismo tubo. Las pinceladas quedan separadas, cual un mosaico. De cerca, los cuadros parecen bocetos. Pero el alejamiento prudente permite obtener una correcta visión de la pintura, cuando se funden en la retina las distintas pinceladas. Surge la mezcla óptica, que suministra una coloración luminosa y transparente.

El impresionismo utiliza una reducida gama de colores, los colores puros del prisma. Los primarios (rojo, amarillo y azul) y también los binarios (compuestos en base a aquellos); pero estos los puede pintar directamente o servirse de la mezcla óptica.

Finalmente, sacarán provecho de la exaltación de los colores complementarios: un color aparece más vigoroso si se le aproxima, moderadamente, su complementario. Un rojo acentúa su fuerza si se le ribetea de verde, su complementario. Pero en masas igual es efectos es molesto para la vista. El impresionismo busca la luz coloreada, y como el negro constituye la negación de la luz, queda proscrito.

En resumen, las características del impresionismo son:

Pasión por la pintura al aire libre huyendo de los talleres. Esto viene impuesto por la temática y por la necesidad de ver y reproducir los colores puros.

Nueva temática. Se pinta lo que está ahí, delante del caballete. De ahí que todos los motivos sean significativos para el impresionista. Cada artista insiste en sus propios temas, los preferidos por cada artista son: paisajes, vistas marinas o fluviales, vistas urbanas, nocturnos, interiores con luz artificial, fiestas populares, personajes marginados, etc. En general, objetos en los que se muestra preferentemente el temblor de la luz. Una luz que surge del color.

Si las representaciones son estáticas, la nueva valoración de la luz y el colorido hacen que el mismo cuadro se realice a diferentes horas del día con el fin de captar las diversas inflexiones de la luz sobre ellas. Por eso no es extraño que repitan los mismos temas a diferentes horas del día.

El impresionismo es novedoso en:

La técnica: suelta y ligera, por medio de pinceladas vigorosos, pero rápidas y nerviosas, que aportan casi una calidad de acuarela. Esto es consecuencia de la inmediatez que exige el aire libre.

La valoración del espacio: angulaciones y encuadres mucho más atrevidos. La composición, que tanto había preocupado a los pintores del barroco, no supone problema alguno, puesto que en favor de la espontaneidad y para captar un instante determinado, no se tiene inconveniente en mostrar los cuerpos de forma parcial.

El enfoque del arte ante la ciencia, todo gracias al impacto de la fotografía: El arte se concibe como un proceso de investigación, de búsqueda.

Nueva vinculación con el público: el cuadro se ofrece como algo inacabado (impresión) que es preciso reconstruir mentalmente por el espectador.

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